lunes, 17 de julio de 2017

16 de julio del 2017

Son las 5 de la mañana y a esta hora toca el despertador, avisándome de que hay que levantarse.
Hoy es un día de los que se encuadran para siempre. Comienzo la aventura de Ecuador y todo el día será de viaje.

A las 5,30 me suena el móvil. Como no confiaba en mi capacidad de despertarme, Mari Carmen, una amiga muy maja, responde a la petición que le había hecho el día anterior para darme una llamada de atención. Tras dejar en orden mi habitación y dejar las llaves de casa en el mueble del pasillo, me despido de mi hogar.

A las 6,15 y como habíamos acordado anteriormente, por ofrecimiento de ellos, me encuentro con Alfredo y Mari Carmen, esta pareja tan preciosa a la que me siento tan cercano. Con ellos iré  al aeropuerto de Loiu. Allí desayunamos y nos despedimos efusivamente hasta Navidad.  
Tras una hora de vuelo llegamos al enorme aeropuerto de Barajas T4. Después hay que ir hasta la terminal T4S, atravesando pasillos, yendo en un tren sin conductor y subiendo y bajando en diversos ascensores. ¡Toda una odisea! Comunico a mi gente que me encuentro en Barajas y recibo a continuación toda una cascada de preciosos deseos.

Tras una larga espera, subimos al gigante de Iberia, que nos llevará a 367 personas hasta Quito. Este es un viaje para no repetirlo muy a menudo. Llegaremos a la capital de Ecuador tras 10,30 horas de viaje, a una velocidad media de 937 Kms/h. y a 10.668 metros, más o menos, de altura. La temperatura en el interior es fría, por el puñetero aire acondicionado. Nos sirven varias veces -3-, a lo largo del recorrido, frugales colaciones envueltas en algo tan horrible como un buen conjunto de plásticos diversos. ¿A dónde van a ir a parar estos recipientes después?

El viaje se hace muy cansado. Uno ya no sabe qué hacer: leer -no tengo ya ganas-, ver algún documental -tampoco-, dormir -a ratos-, y aún quedan unas cuantas horas por delante. ¡Animo!
Pero de repente encuentro, entre las películas disponibles, una que acabará emocionándome, como la primera vez que la vi: "Un monstruo viene a visitarme". Veo también un reportaje sobre la gran Malú. Esto me lleva  a sentirme relajado y a gusto.

Mi reloj marca las 22,30 horas a la llegada al aeropuerto de Quito, pero debo mover sus agujas para colocarlas en las 15,30 horas. Estamos ya en Ecuador, en el aeropuerto situado a 45 kilómetros de Quito. Pero no ha acabado aquí todo. Hay que guardar cola para presentar el pasaporte y la visa, más cola para recoger las maletas. Al pasarlas por la cinta, una chica que las revisaba me llama la atención y me envía a un lugar en el que las revisan a conciencia. El motivo era que en una de las dos maletas que traigo hay dos quesos de Ubidea y txistorra y chorizo fabricados por mi familia de Zubiri. Como están debidamente etiquetados, no hay  ningún problema y me dejan salir. ¡Fuá!

En la salida del aeropuerto me espera el bueno de Adalberto, capuchino de Ecuador, muy acogedor. Cogemos un taxi y llegamos a Quito tras 45 kilómetros de sube y baja. En la Curia de los Capuchinos, en la que voy a estar 3 días, me encuentro con Gregorio, bastante enfermo, atendido día y noche por una preciosa mujer, Marta. Me encuentro también con Galo, con quien coincidí hace ya varios años en un encuentro de capuchinos en Porto Alegre (Brasil).

Celebro las Vísperas con los hermanos de la comunidad y Juan Carlos, del curso siguiente al mío y que lleva ya 30 años en Ecuador.

Después de cenar me acuesto a las 20h, 3 de la madrugada en nuestra tierra. ¡22 horas despierto!.  

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