martes, 26 de septiembre de 2017

26 de septiembre del 2017

   Hoy toca madrugar, me levanto a las 4,30 horas de la mañana. Me voy a los locales del Vicariato,       pues la hermana Carmen me invitó ayer a participar en el encuentro matutino con los catequistas         kichwas que estos días están tenido un encuentro para comenzar el curso. Han venido de muy             lejos,  de comunidades que están algunas de ellas a 2 horas de carro más tres cuartos de hora de         barca.
Nos encontramos en el local 23 catequistas (22 hombres y una mujer), 3 hermanas oblatas y yo. En el centro del local han colocado un gran puchero con guayusa (unas hojas con propiedades estimulantes que se cuecen en agua). Me dice uno de los catequistas que al tomar guayusa uno se recupera de todos sus males y si le pica una serpiente no tiene de qué preocuparse, pues no le pasará nada. La guayusa les lleva a recordar los sueños que hayan podido tener durante la noche. Uno a uno van expresando sus respectivo sueños. Alguien interpreta cada sueño y así va transcurriendo el tiempo, entre trago y trago de guayusa.

Por deferencia a mí, la mujer, al contar su sueño, se expresa en castellano. Ella ha soñado con que le dolía una muela pequeña y por dicho motivo se preocupa mucho (para los kichwas, el dolor de una pequeña muela significa que algún joven de la familia está en peligro de muerte; si la muela fuera de las mayores, la que estará en peligro de muerte sería una persona anciana). Esta mujer, en su sueño, se encuentra con un chamán, a quien le pide que cure a su hija y así sucede. En ese momento suena la campana (es la forma en que sor Rosaura les despierta) y el sueño de esta mujer ha terminado. Al rato, uno de los hombres del grupo se va a la cocina y vuelve con un cuchillo que le ofrece a esta mujer soñadora- Ella se lo pasa por sus labios y sus dientes y todo ha concluido. No he podido saber qué significaba este gesto, pues antes de terminar el encuentro me he tenido que ir a compartir la eucaristía como todos los días con las comunidades religiosas del Vicariato.

Después de este contar sueños pasan a realizar un rato de oración. Leen un relato de su cultura y a continuación, un texto de San Pablo.  Después,van expresando los ecos que les produce a cada uno los textos escuchados.
Me he sentido con una sensación de extrañeza pero al mismo tiempo, de haber vivido una experiencia que me ha acercado a la cultura kichwa, tan misteriosa para mí.


Esta es una parte del grupo. En el centro de la sala hay una banqueta, sobre la que se ha colocado una piel de tigre y una vela. En el suelo se ve el gran puchero de guayusa, del que todos hemos tomado una o más veces.
Por la tarde voy al hospital Francisco de Orellana con José Mari. El es el capellán del hospital. Desde mi paso de 12 años por el hospital de Santa Marina, el tema de las personas enfermas y sus familiares es algo en lo que me siento en mí ser más personal. Nos encontramos con personas adultas y niños recién nacidos, que por uno u otro motivo se encuentran hospitalizados, acompañados de sus madres. Ha habido dos casos que me han tocado un poco en mi fondo más íntimo: una chica de 17 años que en una crisis profunda quiso acabar con su vida y una muchacha de 16 años que acaba de perder a su criatura y que se encuentra con una desilusión que le embarga. Las tengo presentes ante el Señor.
Vista de parte del hospital  Francisco de Orellana
Por la tarde -19 horas- voy con Mateo a confesar a la catedral. Llegamos con tiempo de confesar a las personas que desean hacerlo. Sorpresivamente me doy cuenta de que no hay ningún sacerdote para presidir la celebración y es claro que si no salgo yo, no habrá eucaristía y los miembros del movimiento Juan XXIII son muy de su misa de los martes en la catedral. Cuando me dispongo a volver a casa me encuentro con que una joven y un señor de mediana edad desean confesarse. Yo estoy aquí para responder a lo que se necesite. Así pues, confieso a los dos; han sido encuentros muy necesarios según me han hecho ver. Gracias Señor por los hermanos y hermanas que aparecen en mi camino. 

     

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