sábado, 9 de septiembre de 2017

7 de Septiembre del 2017 (Nota: He agregado algunos apuntes en el día de ayer).

Son las 4,30 horas. Hay que levantarse. Ducha fría, desayuno en pie y marchamos en dos carros hacia Portoviejo un buen número de frailes y algunos amigos. Nos esperan 8 horas y media de camino y 430 kilómetros con las paradas necearias. Atravesamos la ciudad a lo largo de sus 45 kilómetros. Quito es una ciudad larguísima que cuesta atravesarla tantos minutos como kilómetros tiene. Al salir de ella nos encontramos con varios volcanes, uno de ellos -Cotopaxi- con nieve en la cima. Al salir de la ciudad se sigue ascendiendo y en una gasolinera preguntamos por la altitud a la que nos encontramos y se nos dice que a 3000 metros. El frío que hace aquí es intenso.

Seguimos camino y ahora nos toca ir bajando hasta llegar a Portoviejo, ciudad situada al nivel del mar. Es precioso e impresionante lo que se ve a derecha e izquierda. Los Andes en todo su esplendor.

Paramos a las 9,30 horas para desayunarnos como Dios manda (arroz, pollo, carne,...). Yo me abstengo de todo eso. Haber si le hago caso a lo que me dijo el doctor y empiezo a actuar seriamente, ¡que ya es hora! Me conformo con mi café con leche y unos panecillos que ha preparado una de las mujeres que viene con nosotros. Más adelante, ya dentro de la zona de Manabí -con tantos recuerdos para los misioneros y misioneras de nuestra tierra que por aquí entregaron tanto- nos paramos para degustar unas deliciosas mandarinas -100 por 2 dólares- ¡Estamos en el mundo de la frutas! A lo largo del recorrido, y aprovechando la altura de los obstáculos que encontramos en el camino, -más elevada que en nuestra tierra- nos encontramos con grupos de jóvenes que desean vender los productos de esta tierra.

A las 13 horas llegamos a Portoviejo y nos dirigimos al convento. Es un edificio que dispone de un buen número de habitaciones, pequeñas pero adecuadas, para poder dormir en ellas el buen número de gentes que hoy nos juntaremos aquí.

Después de una frugal comida, una buena siesta de hora y media. Mi cuerpo pedía esto y más.

Por la tarde salgo a dar una vuelta con dos hermanos capuchinos y vamos recorriendo la ciudad que sufrió un fuerte terremoto hace ya un año. Se ha reconstruido gran parte de la ciudad, pero esto ha hecho que la población, en su mayoría, se haya trasladado a otra parte de la ciudad. Se ven muchos edificios apuntalados y donde hay un hueco, generalmente cerrado con cañas, hubo antes un edificio que ha habido que tirar en previsión de posibles desgracias. Dick me dice que los edificios que se  derrumbaron fue motivado, en gran parte, por la calidad de los materiales utilizados en la edificación (arena de mar y no de cantera en los encofrados) y otro motivo, porque edificios que se habían aprobado para tener dos pisos, con el auge del turismo se habían construido de cuatro y cinco pisos, siendo los cimientos inapropiados para mantener tales cantidades de material.

Termino el día leyendo un libro muy interesante "En la región del olvido", escrito por Miguel Angel Cabodevilla y que de una forma muy amena, va relatando la historia del Oriente ecuatoriano.

Una parada en el camino. El que está a mi lado es Txarli, que estuvo anteriormente en la comunidad de Otxarkoaga
       
Estos impresionantes camiones frecuentan la carretera que desde Quito llega a la costa del Pacífico.   
Al fondo el impresionante Cotopaxi nevado.  
Este es el grupo dando buena cuenta de un desayuno abundante y tranquilo. Disfrutamos de un buen ambiente.

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